La
diferencia de «fuerza» entre Juan y Jesús se manifiesta en la diferencia de
bautismo: Yo os he bautizado en agua, él os bautizará con Espíritu Santo. Juan
subraya que el suyo es sólo preparatorio y que necesita ser completado por otro
muy superior. Son los mismos individuos los que han de recibir uno y otro ("os
he bautizado, os bautizará"). No podrán recibir el Espíritu los que no
hayan roto con la injusticia del pasado.
La
actividad del que llega (bautizar con Espíritu Santo) queda fuera del
sistema religioso judío, como ha quedado la de Juan. No se pone en conexión explícita
con ninguna promesa del pasado ni con ninguna de las instituciones heredadas. No
anuncia una reforma por obra del que viene; por el momento indica su acción
sobre los individuos, que completará la de Juan.
Es decir,
para fundar esa nueva sociedad o pueblo es necesaria la ruptura con la injusticia
propugnada por Juan, pero no es suficiente. Se requiere algo más, que se
formula de un modo para nosotros un tanto enigmático: «bautizar con Espíritu
Santo».
«Espíritu»
equivale originalmente a «viento/ soplo/ aliento». En cuanto «viento de Dios»,
expresa metafóricamente su fuerza; en cuanto «soplo/aliento», su vida. Ambas
metáforas van unidas (13). Por comunicar vida, adopta también el simbolismo del
agua fecundante (14). El verbo «bautizar», asociado al Espíritu, lo asimila al «agua»,
y la oposición al bautismo de Juan (agua destructora) le imprime el sentido de «agua
vivificante». Se concibe al Espíritu como una lluvia que empapa la tierra/hombre,
comunicándole vida (15).
Aparece así la complementariedad de los bautismos,
el de Juan y el del que llega. Bautismo/inmersión en el agua significaba muerte
al pasado pecador; bautismo/lluvia de Espíritu Santo significa vida divina
comunicada al hombre.
Se expresa aquí, por boca de Juan, el primer
aspecto de «la buena noticia de Jesús Mesías, Hijo de Dios» (1,1): la comunicación
al hombre, por medio de Jesús, de la vida divina. Es el aspecto individual de
la buena noticia. La sociedad nueva requiere un hombre nuevo.
El Espíritu es llamado «Santo», calificación
raramente usada en el AT (Sal 51,13; Is 63,10.11). Según los pasajes proféticos
antes citados, la acción típica del Espíritu es crear un vínculo de fidelidad del
hombre a Dios, paralelo al que une Dios al hombre (16). La obligación de la Ley
quedará sustituida por el impulso interno del Espíritu.
El bautismo de Juan era insuficiente para
asegurar la fidelidad a Dios en el futuro: no bastaba el propósito de cambiar de
vida tantas veces fallido, ni el perdón de los pecados personales; se requería
un cambio interior profundo. Únicamente el que puede comunicar el Espíritu
podrá cambiar la situación definitivamente.
Dentro del pueblo judío, la actividad del que
llega beneficiará a los que aceptan el mensaje de Juan. No va a renovar, por
tanto, a la nación en cuanto tal, sino a los que opten contra la injusticia.
En síntesis: Juan aparece como precursor, es
decir, como encargado de preparar la labor de Jesús, que ejecuta el plan de
Dios para la humanidad. Esta consiste en la fundación de una nueva sociedad o
pueblo, en la que la relación del hombre con Dios cambia sustancialmente. La
nueva relación se formula como una infusión de Espíritu de Dios, fuerza divina de
vida, que lo vincula con Dios internamente, no por mediación de una Ley. Resulta
así una nueva calidad de hombres, que serán los que constituyan la sociedad
nueva.
En su proclamación, Juan no explica las condiciones
ni los efectos del bautismo con Espíritu Santo. A continuación sin embargo, en
la descripción del bautismo de Jesús (1,9-11) señala Marcos analógicamente la
índole del bautismo con Espíritu.
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13 Cf. Jue
3,10; 1 Sm 10,10; Is 63,14; Miq 3,8.
14 «Derraman>,
JI3,1s; Is 44,3; Zac 12,10; «infundir», Ez 39,29.
15 Is
32,15-18 expone los efectos del Espíritu: «Cuando se derrame sobre vosotros un aliento
de lo alto, el desierto será un vergel, el vergel parecerá bosque; en el desierto
morará la justicia y en el vergel habitará el derecho: la obra de la justicia
será paz, la acción del derecho, calma y tranquilidad perpetuas». Is 44,3 compara
el Espíritu al agua que fecunda.
16 Cf. Ez
36,26s; Is 44,5.
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