viernes, 1 de marzo de 2013

I. JUAN, EL MENSAJERO PROMETIDO. LA FIGURA DE JUAN (v.4).



Juan entra en la narración como un personaje conocido (se presentó Juan el Bautista), pero únicamente por su nombre (Juan) y actividad (el Bautista); no se menciona origen, familia ni profesión. Su figura no suscita el interés de Marcos más que en cuanto ejecutor de una misión. 

 Juan se sitúa en el desierto y desde allí proclama; se mantiene fuera de las estructuras sociales, lo mismo políticas que religiosas. El objetivo de su misión es la reconciliación con Dios (el perdón de los pecados). Para obtenerla existían medios en la religión judía, en particular ciertos sacrificios en el templo; Juan no los toma en consideración e invita a un gesto simbólico: el bautismo en el río. El mensajero de Dios se coloca frente a la religión oficial. 

La actividad de Juan comienza con la proclamación de un bautismo en señal de enmienda. El verbo «bautizar» (que significa en este contexto «sumergir/hundir») y el sustantivo «bautismo» están asociados a la idea de muerte (por ejemplo, «hundir un barco»). «Bautizarse» equivalía a «sumergirse/ hundirse», en sentido literal o figurado. En los evangelios, «la inmersión» se usa como metáfora de la muerte de Jesús (Mc  10,38s; Lc 12,50). Está presente en el bautismo la idea del agua destructora (1). 

El bautismo o inmersión no es un rito inventado por Juan; se usaba en el judaísmo como símbolo de un cambio decisivo en la vida, tanto religiosa como civil. El simbolismo subyacente era el de morir a un estado anterior para empezar una vida diferente. Existía, por ejemplo, el baño/bautismo, que indicaba el paso de la esclavitud a la libertad (2). Para los prosélitos del judaísmo, la inmersión significaba el abandono de las prácticas y creencias paganas y la adhesión a las judías. En estos casos, el bautismo expresaba un cambio de lealtades o de dueño especificado por la circunstancia. 

A la luz de este significado del bautismo/inmersión, se entiende el bautismo de Juan asociado a la enmienda. La inmersión, símbolo elemental de muerte, es la máxima expresión de ruptura (cf. 1,5: confesaban sus pecados); muestra la voluntad de sepultar el pasado. De este modo, el acto exterior pretendía manifestar un cambio interior de actitud y se convertía en compromiso público de un futuro cambio de conducta (un bautismo en señal de enmienda). 

Nótese, sin embargo, que Juan no se limita a exhortar a un arrepentimiento privado: pide que cada uno se reconozca públicamente cómplice de la injusticia y exteriorice su ruptura con ella, comprometiéndose a rectificar su conducta. No centra su denuncia en la maldad o injusticia de las instituciones; se dirige a la sociedad entera ya cada uno de sus miembros. 

Con su exhortación se inserta Juan en la tradición profética de Israel. La promesa de borrar los pecados se encuentra, por ejemplo, en Is  1,16-18: «Apartad de mi vista vuestras malas acciones; cesad de obrar el mal y aprended a obrar el bien ... : aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve».
Este texto de Isaías define exactamente el significado de la enmienda: «cesad de obrar el mal y aprended a obrar el bien». De hecho, el término griego para «enmienda» (metanoia) significa un cambio de actitud interior que se traduce en cambio de conducta. No contiene referencia a Dios, sino al hombre; en eso difiere de la «conversión», que implica la vuelta hacia Dios (3). Como en el texto de Isaías, para perdonar los pecados pide Dios un cambio en las relaciones humanas (4). 

El texto no necesita explicitar la calidad de los «pecados»; Jada la tradición profética anterior, se da por sabido que «pecado» significa injusticia, daño habitual e intencionado al prójimo, especialmente a los más débiles (5). 

Es decir, el término «pecados» (6) no denota acciones meramente ocasionales, que se designan en Marcos con otros términos (7), sino las que derivan de una mala actitud hacia los demás y necesitan, para ser corregidas, un cambio de actitud y de conducta (“enmienda”). El bautismo/inmersión, sepultura simbólica del pecado, subraya lo radical de la enmienda, expresando su carácter irrevocable. Juan promete el perdón divino a los que cambien de actitud hacia el prójimo. No hay amistad con Dios sin amistad con el hombre.
Pero para comprender el alcance de la figura y misión de Juan hay que examinar los textos del Antiguo Testamento a cuya luz presenta Marcos la figura del Bautista (1,2-4).

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1 Cf. Sal 18,5s; 69,3; Jan 2,3s; Job 26,5s.
2 Cf. Jeremías, Jerusalén 332.
3 Cf. A. Tosato, Per una revisione degli studi sulla metanoia neotestametaria: RBiiblt 23 (1975) 3-45.
4 Cf., además, Am 3,9s; 5,7-12; Miq 3,1-12; 6,8s.16; 7,1-6.
5 He aquí un texto de Malaquías, donde Dios se dirige al pueblo (3,5): «Os llamaré a Juicio, seré testigo exacto contra hechiceros e idólatras y contra los que Juran en falso, contra los que defraudan el salario al obrero oprimen a viudas y huérfanos y hacen injusticia al forastero, sin tenerme respeto».
En Isaías 1,10-18, el pecado consiste en las enormes injusticias (“manos llenas de sangre”) que se encubren bajo un culto exterior, rechazado absolutamente por Dios. El remedio al pecado consiste en hacer justicia a los débiles (1,16-18). Cf. 1s 5,8-25; 59,1-20.
6 Marcos emplea el término solamente en este pasaje, 1,4.5, y en 2,5ss, en ambos casos refiriéndose a un pasado.
7 Cf. Mc 3,28s; 11,25.

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