Juan entra en la narración como un personaje
conocido (se presentó Juan el Bautista), pero únicamente por su nombre (Juan)
y actividad (el Bautista); no se menciona origen, familia ni profesión. Su figura no suscita el interés de Marcos más que en cuanto
ejecutor de una misión.
Juan
se sitúa en el desierto y desde allí proclama; se mantiene fuera de las estructuras
sociales, lo mismo políticas que religiosas. El objetivo de su misión es la
reconciliación con Dios (el perdón de los pecados). Para obtenerla existían medios en la
religión judía, en particular ciertos sacrificios en el templo; Juan no los
toma en consideración e invita a un gesto simbólico: el bautismo en el río. El mensajero de Dios se coloca frente a la religión
oficial.
La actividad de Juan comienza con la
proclamación de un bautismo en señal de enmienda. El verbo «bautizar» (que
significa en este contexto «sumergir/hundir») y el sustantivo «bautismo» están
asociados a la idea de muerte (por ejemplo, «hundir un barco»). «Bautizarse» equivalía
a «sumergirse/ hundirse», en sentido literal o figurado. En los evangelios, «la inmersión» se usa como metáfora de la muerte de Jesús (Mc 10,38s; Lc 12,50). Está presente en el
bautismo la idea del agua destructora (1).
El bautismo o inmersión no es un rito
inventado por Juan; se usaba en el judaísmo como símbolo de un cambio decisivo en
la vida, tanto religiosa como civil. El simbolismo subyacente era el de morir a
un estado anterior para empezar una vida diferente. Existía, por ejemplo, el baño/bautismo,
que indicaba el paso de la esclavitud a la libertad (2). Para los prosélitos del
judaísmo, la inmersión significaba el abandono de las prácticas y creencias
paganas y la adhesión a las judías. En estos casos, el bautismo expresaba un
cambio de lealtades o de dueño especificado por la circunstancia.
A la luz de este significado del
bautismo/inmersión, se entiende el bautismo de Juan asociado a la enmienda. La inmersión,
símbolo elemental de muerte, es la máxima expresión de ruptura (cf. 1,5: confesaban
sus pecados); muestra la voluntad de sepultar el pasado. De este modo, el
acto exterior pretendía manifestar un cambio interior de actitud y se convertía
en compromiso público de un futuro cambio de conducta (un bautismo en señal
de enmienda).
Nótese, sin embargo, que Juan no se limita a
exhortar a un arrepentimiento privado: pide que cada uno se reconozca públicamente
cómplice de la injusticia y exteriorice su ruptura con ella, comprometiéndose a
rectificar su conducta. No centra su denuncia en la maldad o injusticia de las
instituciones; se dirige a la sociedad entera ya cada uno de sus miembros.
Con su exhortación se inserta Juan en la
tradición profética de Israel. La promesa de borrar los pecados se encuentra, por
ejemplo, en Is 1,16-18: «Apartad de mi
vista vuestras malas acciones; cesad de obrar el mal y aprended a obrar el bien
... : aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve».
Este texto de Isaías define
exactamente el significado de la enmienda: «cesad de obrar el mal y aprended a
obrar el bien». De hecho, el término griego para «enmienda» (metanoia) significa
un cambio de actitud interior que se traduce en cambio de conducta. No contiene
referencia a Dios, sino al hombre; en eso difiere de la «conversión», que
implica la vuelta hacia Dios (3). Como en el texto de Isaías, para perdonar los
pecados pide Dios un cambio en las relaciones humanas (4).
El texto no necesita explicitar
la calidad de los «pecados»; Jada la tradición profética anterior, se da por
sabido que «pecado» significa injusticia, daño habitual e intencionado al prójimo,
especialmente a los más débiles (5).
Es decir, el término «pecados» (6)
no denota acciones meramente ocasionales, que se designan en Marcos con otros términos
(7), sino las que derivan de una mala actitud hacia los demás y necesitan, para ser corregidas, un cambio de actitud y de conducta (“enmienda”).
El bautismo/inmersión, sepultura simbólica del pecado, subraya lo radical de la
enmienda, expresando su carácter irrevocable. Juan promete el perdón divino a los que
cambien de actitud hacia el prójimo. No hay amistad con Dios sin amistad con el
hombre.
Pero para comprender el alcance
de la figura y misión de Juan hay que examinar los textos del Antiguo Testamento
a cuya luz presenta Marcos la figura del Bautista (1,2-4).
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1 Cf. Sal 18,5s; 69,3; Jan 2,3s; Job 26,5s.
2 Cf. Jeremías, Jerusalén 332.
2 Cf. Jeremías, Jerusalén 332.
3 Cf. A. Tosato, Per una revisione degli studi
sulla metanoia neotestametaria: RBiiblt 23 (1975) 3-45.
4 Cf., además, Am 3,9s; 5,7-12; Miq 3,1-12; 6,8s.16;
7,1-6.
5 He aquí un texto de Malaquías, donde Dios
se dirige al pueblo (3,5): «Os llamaré a Juicio, seré testigo exacto contra
hechiceros e idólatras y contra los que Juran en falso, contra los que defraudan
el salario al obrero oprimen a viudas y huérfanos y hacen injusticia al forastero,
sin tenerme respeto».
En Isaías 1,10-18, el pecado consiste en las
enormes injusticias (“manos llenas de sangre”) que se encubren bajo un culto exterior,
rechazado absolutamente por Dios. El remedio al pecado consiste en hacer justicia
a los débiles (1,16-18). Cf. 1s 5,8-25; 59,1-20.
6 Marcos emplea el término solamente en este
pasaje, 1,4.5, y en 2,5ss, en ambos casos refiriéndose a un pasado.
7 Cf. Mc 3,28s; 11,25.
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