sábado, 2 de marzo de 2013

III. JESÚS, EL QUE LLEGA. (Mc 1,9-13). LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU (v.12).


El Espíritu, que es fuerza, entra inmediatamente en acción: empuja a Jesús al desierto. La acción física (“empujar”) es una metáfora para indicar el impulso irresistible que experimenta Jesús. El Espíritu, vida y fuerza, es un constituyente de su ser.

Se encuentra aquí un caso paralelo al de 1,10: al adverbio inmediatamente se une un verbo con sema de violencia (1,10: «rasgarse»; 1,13: «empujar»). En el primer caso, indicaba la irreprimible urgencia del amor del Padre por Jesús; en el segundo, la irreprimible urgencia del amor de Jesús por los hombres.

El Espíritu efectúa un desplazamiento, hasta colocar a Jesús en una situación estable y duradera. Este desplazamiento e instalación corresponden al plan de Dios sobre Jesús, que consistía figuradamente en recorrer el camino de un éxodo (1,2). «El desierto» representa, pues, el escenario donde Jesús ha de recorrer su camino hacia la tierra prometida.

Pero «desierto» aparece en este pasaje con un nuevo sentido. Propiamente, como se ha visto en el caso de Juan, significa extensión estéril y, en consecuencia, deshabitada. El desierto donde se presentó Juan tenía una localización geográfica lindante con el río; estaba despoblado y separado de la sociedad. Por el contrario, «el desierto» donde entra Jesús no tiene localización determinada (21), no está deshabitado (22) y ningún dato indica separación física de la sociedad (23). Sus características son:

a) Jesús es introducido allí por la fuerza del Espíritu (lo empujó).

b) Permanece allí un tiempo largo y homogéneo (cuarenta días).

c) Es tentado, se encuentra rodeado de fieras y se le presta servicio.

d) No ejerce actividad alguna (ni ora ni ayuna) ni recibe comunicación divina (ya recibida en el Jordán).

Estos datos llevan a las conclusiones siguientes: En primer lugar, un desierto «poblado» deja de ser desierto en el sentido ordinario. Pero además, la calidad de los seres que lo pueblan y su presencia simultánea alrededor de la persona de Jesús saca a este desierto del plano histórico-geográfico para darle valor figurado-teológico. Se explicará su sentido al comentar el versículo siguiente. Por lo pronto, la separación de la sociedad supuesta por el desierto, se verifica en el caso de Jesús en sentido moral: Jesús no comparte en absoluto los falsos valores de la sociedad en que vive y no se integra en ella. La figura del «desierto» continúa así el tema de la ruptura con la sociedad injusta.

Como se ha dicho antes, el desierto es el lugar del éxodo, y un éxodo va a ser la obra del Mesías (1,2). Dado que la culminación del éxodo de Jesús va a ser su muerte-resurrección, el desierto representa la sociedad en que Jesús vive y actúa hasta que llegue ese momento. El significado de los cuarenta días confirmará esta interpretación.

La acción del Espíritu en Jesús lo empuja, pues, a entrar en su sociedad, pero manteniendo una plena ruptura con sus valores. El adverbio «inmediatamente» muestra la urgencia del impulso. Jesús está deseoso de comenzar su labor.

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21 Marcos indica solamente el alejamiento del Jordán.
22 Aparecen en él tres clases de seres: Satanás, las fieras y los ángeles.
23 No hay actividad de Jesús hacia ella ni nadie acude de la sociedad al desierto.
24 Cf. Jue 3,11; 5,31; 8,28; 13,1; 2/4 Re 8,17; 12,2. 

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