sábado, 2 de marzo de 2013

III. JESÚS, EL QUE LLEGA (Mc 1,9-13). ESTANCIA DE JESÚS EN EL DESIERTO (v.13).


La estancia de Jesús «en el desierto» se prolonga cuarenta días (13) cifra frecuente en el AT para designar un período en que persiste una situación homogénea (paz, reinado, etc) (24) y se calcula (en años) como la duración de una generación. Sin embargo, el simbolismo principal del número cuarenta es el de los años del éxodo de Egipto (25). En el contexto de éxodo que crea la mención del desierto, los cuarenta días se convierten  en figura de la duración de la vida y actividad de Jesús hasta su muerte.

Expresa Marcos a continuación las condiciones en que va a desarrollarse esa actividad. En primer lugar, a lo largo de toda su vida pública, Jesús va a ser tentado, es decir, va a ser incitado a desviarse de su línea mesiánica, del compromiso expresado en su bautismo.

«Satanás» es término hebreo que significa originalmente el adversario que acusa en un juicio (26). De ahí pasa a significar un miembro de la corte celeste que acusa al hombre ante Dios (27). Más tarde, separado ya de la corte celeste, se llama «Satanás» a un espíritu enemigo del hombre, que procura su ruina y quiere destruir la obra de Dios.

Dentro de la sociedad judía figurada por «el desierto» «Satanás» representa un agente que va a inducir continuamente a Jesús a traicionar su compromiso. Sin embargo, en todo el relato evangélico la figura de Satanás no vuelve a aparecer en contacto con Jesús. Esto indica que, como “el desierto”, «Satanás» es un término figurado, en este caso una personificación. Marcos ha utilizado la figura tradicional del Enemigo del hombre, dándole un nuevo contenido.

En Marcos Satanás representa la ideología del poder, que hace de éste un valor positivo e incita a la ambición de dominio. En la sociedad, esta ideología podrá estar encarnada en hombres o instituciones. La tentación pretende disuadir a Jesús de llevar a cabo el compromiso expresado en el bautismo, que excluye el triunfo terreno y pone en peligro su vida, e inducirlo a adoptar un mesianismo de violencia, cuyo objetivo sea la conquista del poder político (28). Es la tentación típica del desierto, la del cabecilla que alista secuaces con la intención de conquistar el poder, derrotando a los que lo detentan (29). De hecho, el desierto era tradicionalmente el lugar de los agitadores. La inactividad de Jesús en esta escena se opone precisamente a la actividad sediciosa y guerrera asociada a los cabecillas, que se retiraban al desierto para empezar desde allí la rebelión.

La estabilidad de Jesús en el desierto es figura de la inalterabilidad de su ruptura con los valores de la sociedad; su inmunidad a la tentación muestra que en su vida pública no va a secundar la ideología nacionalista violenta ni va a hacerse líder de masas para comenzar un alzamiento con la fuerza.

Otros habitantes del «desierto» son las fieras. La determinación indica que no se trata de fieras cualesquiera, sino de fieras conocidas por el lector. Se descubre una alusión a Dn 7 donde las fieras son figura de imperios, es decir de poderes pólíticos dominadores y crueles. Marcos, cambiando el sentido de Daniel, como lo hará en otros textos (cf. 2,10), instala los poderes destructores dentro de la sociedad judía. «Las fieras» representan, por tanto, la amenaza que son para Jesús ciertos círculos de poder existentes a su alrededor. Serán ellos los que le causen la muerte.

Aparecen así «las fieras» como un complemento de «Satanás»: éste es figura del poder como ideología, por eso su actividad, «tentar», se dirige al interior del hombre y se ejerce en la línea de la persuasión; estará representado por los partidarios del poder, que tratan de atraer a Jesús a esa ideología. «Las fieras», en cambio, son figura de los poderes opresores, religiosos y políticos; éstos actúan sobre el exterior del hombre, ejercen la violencia física y darán muerte a Jesús (30).

Finalmente, en «el desierto» hay también «ángeles». El término «ángel/mensajero» ha aparecido en 1,2 como figura que se verificaba históricamente en Juan Bautista (1,4). Este dato muestra que «ángel» no designa necesariamente en Mc seres espirituales, sino que puede designar a hombres. Estando estos «ángeles» en la sociedad donde se encuentra Jesús, representan un grupo humano determinado (los ángeles). Por lo demás, igual que sucede con Satanás, nunca los ángeles aparecen en contacto con Jesús durante su actividad.
La función de estos individuos/ángeles es la de colaborar con Jesús (31). De hecho, el verbo «servir/prestar servicio» admite una variada gama de matices, desde «servir a la mesa», aquí excluido porque Jesús no ayuna ni hay alusión alguna al alimento, hasta «colaborar/ayudar». «Los ángeles» representan, pues, a los que, por adhesión a Jesús, le ayudan en su tarea, colaboran con su misión. Su actividad, como la del tentador, es continua.

El episodio del desierto propone, pues, el escenario donde Jesús va a ejercer su actividad. Va a encontrarse en una sociedad que lo incitará incesantemente a abandonar su compromiso y a convertirse en un líder político que se proponga conquistar el poder; la tentación será ineficaz. Por otra parte, existe a su alrededor una actitud peligrosamente hostil, la de los poderes, enemigos acérrimos de su programa, que acabarán dándole muerte (“las fieras”); pero, al mismo tiempo, encontrará un grupo de hombres que colaboren con su actividad ("los ángeles").

En síntesis: Jesús, en ruptura inamovible con la institución y sociedad judías (desierto), representa una alternativa a ambas. Sin embargo, va a ejercer su actividad (1,2: «recorrer su camino») dentro de esa sociedad, con el objetivo de crear  la sociedad justa que Dios quiere para el hombre (cuarenta días, éxodo). Estará sometido incesantemente a la tentación de abandonar su misión y adoptar un programa de dominio y gloria (tentado) por parte de los adictos a la ideología del judaísmo y a otras ideologías de poder (Satanás); éstos lo invitarán sin éxito a integrarse en la sociedad, aceptando sus valores. En esta sociedad, los enemigos de su obra están al acecho y amenazarán con destruir su persona (las fieras). Otros, en cambio, colaborarán con él (los ángeles).

El cristiano no sigue los pasos de Juan Bautista, separándose de la sociedad. El impulso del Espíritu lo lleva, como Jesús, a estar presente en ella, porque es dentro de ella donde ha de crearse la alternativa. También él se verá tentado por el poder, presentado como medio para ayudar a los hombres, y tendrá fuerzas hostiles a su alrededor; no estará solo, sin embargo: encontrará quienes colaboren en su misma tarea liberadora.

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25 Nm 14,33.34; 33,38; Dt 1,3; 2,7; 29,5;Jos 14,17; Sal 95,10; Am 2,10; 5,25.
26 Sal 108,6 LXX; 1 Mac 1,36.
27 Job 1,6-12; 2,1-7.
28  Cf. 8,33, donde Jesús identifica a Pedro con Satanás, precisamente por oponerse a su muerte.
29 El contenido de la tentación se especifica en el evangelio en 1,24.37; 3,11s; 8,11; 10,3; 15,29-32.
30 Cf. 3,6.19.22; 8,31; 9,31; 10,34; 11,18; 12,12; 14,ls.1Os.43.53.64;15,11. En 8,31-33 se mencionan sucesivamente las autoridades que rechazarán y darán muerte a Jesús (“las fieras”, 8,31), y a Pedro, que lo tienta (“Satanás”, 8,32s).
31 La actividad atribuida aquí a «los ángeles» respecto a Jesús será atribuida en 15,41 a ciertas mujeres, en los mismos términos. 

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