sábado, 2 de marzo de 2013

III. JESÚS, EL QUE LLEGA. (Mc 1,9-13). LA LOCUCIÓN DIVINA (v.11).

Tras la experiencia visual se describe otra auditiva. El lugar de procedencia de la voz es el mismo que el del Espíritu «El cielo» es la morada simbólica de Dios; sus características espaciales (altura y separación) sirven para significar excelencia e invisibilidad. «El cielo» se usa así, por metonimia, en lugar del nombre divino.
Se habría esperado la frase oyó una voz del cielo, en paralelo con vio del versículo anterior. Sin embargo, el verbo griego tiene significado neutro, de mero suceso: hubo/existió. Jesús simplemente percibe esta comunicación.

El momento en que se percibe la voz coincide con el final de la trayectoria del Espíritu (hasta él). Es este contacto el que hace presente la comunicación, y ambos hechos describen la misma experiencia íntima de Jesús.

En resumen: Marcos señala, por una parte, que la voz procede del cielo/Dios; por otra, que se produce en el momento en que el Espíritu «entra» en Jesús. Usa además un verbo que no denota sonido, indicando que la percepción no es realmente auditiva, sino que es la experiencia consciente de lo expresado por la voz. El contenido de la locución va a explicar el sentido de esta experiencia.

La frase Tú eres mi Hijo es una cita libre de Sal 2,7 (“Hijo mío eres tú”), donde Dios se dirige al rey que él mismo ha establecido. El salmo interpreta teológicamente la entronización del rey, que es el ungido de Dios (2,2: «Mesías»). La bajada del Espíritu significa, pues, que Jesús ha sido consagrado y establecido por Dios como Rey-Mesías y que Dios mismo lo apoya contra sus enemigos.

El apelativo «Hijo mío», más o menos indeterminado, del texto sálmico, se cambia en «mi Hijo»; esta expresión tiene carácter exclusivo, en correspondencia con la entrega total y única que ha hecho Jesús en su bautismo. El «Tú» enfático inicial centra la declaración divina en la persona de Jesús, no en el título de «Hijo»; se subraya la singularidad de Jesús, que en su persona realiza de manera plena el concepto de «Hijo de Dios».

Al sujeto Tú (eres) se atribuyen no uno, sino prácticamente tres predicados. El Padre declara su amor sin límites por Jesús, acumulando los tres términos. Esta explosión de amor divino es la respuesta al compromiso de Jesús y la aprobación plena de la línea que ha propuesto seguir.

«Hijo» no significa solamente el que recibe vida de otro, sino, en primer término, el que actúa y se comporta como su padre. La entrega de Jesús en favor de los hombres es, por tanto, la revelación del amor de Dios por la humanidad. El Padre afirma que su actitud para con los hombres es la misma que ha manifestado Jesús. En éste puede verse lo que Dios es.

El segundo predicado, el amado, traduce a veces en los LXX el hebreo «(hijo) único» (Gn 22,1.12.16; Am 8,10; Zac 12,10). La declaración divina recuerda sobre todo Gn 22,2: «Toma a tu hijo, a tu único (LXX: a tu amado), al que quieres, a Isaac» (cf. Gn 22,12.16). El texto subraya la relación particularísima de Jesús con Dios en cuanto Hijo único, lo que da al primer título ("mi Hijo") una profundidad nueva. Jesús no es un rey o un profeta más.

Por otra parte, el símbolo de muerte voluntariamente aceptada que ha sido el bautismo de Jesús ilumina el sentido de la expresión el amado (= el único). Aludiendo a Abrahán, Dios, que se revela como Padre de Jesús, acepta su ofrecimiento. Se declara dispuesto a entregar a su Hijo, pero invirtiendo los términos en que lo hizo Abrahán: no por el honor de Dios, sino por la salvación de la humanidad. El amor de Dios por los hombres es de la misma calidad que el manifestado por Jesús; existe entre ellos una perfecta sintonía. Se ilumina el significado del término mi Hijo: Jesús es aquel que se comporta como Dios, no en un aspecto de poder, sino en el de la entrega de sí mismo.

La frase final, en ti he puesto mi favor, corresponde a Is 42,1 (cf. Mt 12,18), donde se habla del Servidor de Dios. El Servidor es el que ha de dar la vida para instaurar el derecho y la justicia en el mundo entero (Is 53,4ss). De este modo insinúa Marcos la universalidad de la obra del Mesías, distanciándose por completo de la idea triunfal y exclusivista del reino mesiánico imperante en la cultura judía del tiempo (20).

La frase he puesto mi favor, que indica un momento pasado, se refiere también al compromiso hecho por Jesús en su bautismo y al don de Espíritu como muestra del pleno favor -divino. Los tres miembros de la locución son respuestas al compromiso de Jesús.

En síntesis: La voz del cielo dibuja la figura de Jesús reuniendo rasgos dispersos en el AT. El Mesías/Ungido por el Espíritu es el Rey establecido por Dios, el jefe del nuevo pueblo de Dios. El título de Hijo adquiere el sentido de «único/amado por Dios», cuya muerte por el bien del hombre expresa el amor de Dios por la humanidad. Recibe la misión del Servidor de Dios, liberar a los oprimidos, pobres y cautivos (Is 42,7), que coincide con la del Rey mesiánico (Sal 72), pero ampliándola para establecer el derecho en el mundo entero (Is 42,1-4; 49,1-13) y dando su vida para realizada (Is 50,4-9; 51,1-8; 52,13 - 53,12). Dios está con él, acepta su compromiso y le manifiesta su amor. Los dos últimos miembros de la frase excluyen toda idea de poder y dominio.

El bautismo de Jesús es el prototipo del «bautismo con Espíritu Santo» anunciado por Juan como obra propia del Mesías que llega. Se puede ahora compendiar el sentido del bautismo cristiano:

a) Condición para él es el amor a la humanidad, que encuentra su modelo en Jesús, y el deseo de una sociedad justa según su propuesta. No basta, pues, el propósito individual de cesar en la injusticia propio del bautismo de Juan, se requiere un compromiso libre de luchar contra ella para construir la sociedad nueva, de entregarse a colaborar en la obra comenzada por Jesús.

b) Como en el caso de Jesús, la respuesta a este compromiso es el don del Espíritu. Es difícil encontrar equivalencias a esta metáfora: se trata de que la sintonía del hombre con Dios, originada por el común amor a la humanidad, establece una comunión de vida entre Dios y el hombre, una comunicación de vida y fuerza divina, que realiza la semejanza. Se Inaugura una nueva relación del hombre con Dios: de sierva o súbdito pasa a ser «hijo», término que implica intimidad amor confianza e identidad de conducta entre Dios y el hombre.

Al mismo tiempo, el don del Espíritu sitúa en la línea de «el Hombre», Jesús; por una entrega como la suya cada uno avanza hacia la plenitud humana, que es la de «hijo de Dios».

El título «rey», anacrónico en nuestra época, significa la autonomía y la libertad desde donde el hombre se pone al servicio de la misión liberadora y constructora de la nueva sociedad. Esta misión no está restringida a un pueblo, se extiende a la humanidad entera.

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20 La idea de un Mesías doliente era ajena a la cultura judía contemporánea de Jesús; cf. Schürer, Historia II 705·707. 

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