La llegada de Jesús se relata con toda sencillez, como la de un
hombre hasta entonces desconocido en su sociedad (un cierto
Jesús), pero
que va a ser el protagonista del relato de Marcos (1,1). Su nombre, que
significa «Dios salva», es en hebreo y en griego el mismo que el de Josué, el
que introdujo a los israelitas en la tierra prometida. El texto de Mc 1,2 (Mira,
envío mi mensajero delante de ti; él preparará tu camino), actualizado por
la presencia histórica de Juan Bautista, muestra que Jesús llega al Jordán
consciente de su misión, que se formula en términos de éxodo (1,2: tu
camino). El está llamado, por tanto, a liberar a un pueblo de la opresión
para conducirlo a una nueva tierra prometida.
En
contraste con su precursor, figura enigmática de cuya procedencia nada se ha
explicado, de Jesús se dice que llega de un pueblo de la región del norte: llegó ... desde Nazaret de Galilea.
Galilea,
separada de Judea y de su capital Jerusalén por la Samaría judío-pagana, era la
región religiosamente menos observante, socialmente más oprimida y políticamente más inquieta. Fue la cuna
y el reducto del movimiento zelota, fuertemente nacionalista y antirromano. Sus habitantes tenían fama de vigorosos,
valientes y amantes de la libertad 17. En particular, la región montañosa donde
se encontraba Nazaret era considerada como un foco de exaltados (cf. Jn 1,46).
Jesús
llega al Jordán para bautizarse; hay, pues, una estrecha relación entre su
bautismo y el de los demás, pero existe al mismo tiempo una diferencia esencial:
Jesús no confiesa sus pecados (cf. 1,5). Su bautismo adquiere así un
significado distinto de los anteriores.
La
gente, al bautizarse, manifestaba abiertamente su ruptura con la injusticia en
la esfera personal (= los pecados) y se comprometía a ponerle fin (= enmienda). Esto significaba, en primer lugar,
una autocrítica, es decir, una toma de conciencia de la propia responsabilidad
respecto a la situación injusta, manifestando al mismo tiempo el propósito de
acabar con tal situación en cuanto dependiera de cada uno. La confesión de la
propia complicidad con el mal, y el bautismo, que simbolizaba la ruptura
definitiva con él, manifestaban públicamente el deseo de una sociedad justa.
Jesús
acude al pregón de Juan, mostrando su acuerdo con él. Con ello se coloca, como
Juan, en oposición a la sociedad judía. Yendo a bautizarse, refrenda la actuación
del precursor, que ha despertado la conciencia de la masa, y confirma la necesidad
de ruptura con la injusticia dominante. De este modo hace suya la aspiración
general por una sociedad justa, pero él no se declara cómplice de la injusticia.
El
bautismo de Juan era símbolo de muerte a un pasado.
No
siendo así en el caso de Jesús, su bautismo ha de referirse al futuro. De
hecho, en el evangelio la muerte de Jesús es llamada «bautismo» (10,38s).
El
bautismo de Jesús en el Jordán significa, por tanto, su disposición a la
entrega total, el compromiso de cumplir su misión aun a costa de su vida. Es la expresión de su amor incondicional a la
humanidad. Se compromete a liberar a los hombres de la opresión (éxodo), para
constituir una sociedad libre y justa (la tierra prometida).
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17 Véase E. Schürer, Historia del pueblo
judío en tiempos de Jesús, Madrid, Cristiandad, 1985, 443 (la traduc. «pacífico»
corresponde al inglés «freedom loving»). Véanse las descripciones de Galilea en
Fl. Josefa, Bell. lud. III 3,2-3; 10,8.
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