viernes, 1 de marzo de 2013

III. JESÚS, EL QUE LLEGA. (Mc 1,9-13). EL COMPROMISO DE JESÚS. (v.9).


La llegada de Jesús se relata con toda sencillez, como la de un hombre hasta entonces desconocido en su sociedad (ucierto Jesús), pero que va a ser el protagonista del relato de Marcos (1,1). Su nombre, que significa «Dios salva», es en hebreo y en griego el mismo que el de Josué, el que introdujo a los israelitas en la tierra prometida. El texto de Mc 1,2 (Mira, envío mi mensajero delante de ti; él preparará tu camino), actualizado por la presencia histórica de Juan Bautista, muestra que Jesús llega al Jordán consciente de su misión, que se formula en términos de éxodo (1,2: tu camino). El está llamado, por tanto, a liberar a un pueblo de la opresión para conducirlo a una nueva tierra prometida.

En contraste con su precursor, figura enigmática de cuya procedencia nada se ha explicado, de Jesús se dice que llega de un pueblo de la región del norte: llegó ... desde Nazaret de Galilea.

Galilea, separada de Judea y de su capital Jerusalén por la Samaría judío-pagana, era la región religiosamente menos observante, socialmente más oprimida y políticamente más inquieta. Fue la cuna y el reducto del movimiento zelota, fuertemente nacionalista y antirromano. Sus habitantes tenían fama de vigorosos, valientes y amantes de la libertad 17. En particular, la región montañosa donde se encontraba Nazaret era considerada como un foco de exaltados (cf. Jn 1,46).

Jesús llega al Jordán para bautizarse; hay, pues, una estrecha relación entre su bautismo y el de los demás, pero existe al mismo tiempo una diferencia esencial: Jesús no confiesa sus pecados (cf. 1,5). Su bautismo adquiere así un significado distinto de los anteriores.

La gente, al bautizarse, manifestaba abiertamente su ruptura con la injusticia en la esfera personal (= los pecados) y se comprometía a ponerle fin (= enmienda). Esto significaba, en primer lugar, una autocrítica, es decir, una toma de conciencia de la propia responsabilidad respecto a la situación injusta, manifestando al mismo tiempo el propósito de acabar con tal situación en cuanto dependiera de cada uno. La confesión de la propia complicidad con el mal, y el bautismo, que simbolizaba la ruptura definitiva con él, manifestaban públicamente el deseo de una sociedad justa.

Jesús acude al pregón de Juan, mostrando su acuerdo con él. Con ello se coloca, como Juan, en oposición a la sociedad judía. Yendo a bautizarse, refrenda la actuación del precursor, que ha despertado la conciencia de la masa, y confirma la necesidad de ruptura con la injusticia dominante. De este modo hace suya la aspiración general por una sociedad justa, pero él no se declara cómplice de la injusticia.

El bautismo de Juan era símbolo de muerte a un pasado.

No siendo así en el caso de Jesús, su bautismo ha de referirse al futuro. De hecho, en el evangelio la muerte de Jesús es llamada «bautismo» (10,38s).

El bautismo de Jesús en el Jordán significa, por tanto, su disposición a la entrega total, el compromiso de cumplir su misión aun a costa de su vida. Es la expresión de su amor incondicional a la humanidad. Se compromete a liberar a los hombres de la opresión (éxodo), para constituir una sociedad libre y justa (la tierra prometida).

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 17 Véase E. Schürer, Historia del pueblo judío en tiempos de Jesús, Madrid, Cristiandad, 1985, 443 (la traduc. «pacífico» corresponde al inglés «freedom loving»). Véanse las descripciones de Galilea en Fl. Josefa, Bell. lud. III 3,2-3; 10,8. 

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